La clase trabajadora europea se ha visto desde el 2008 envuelta en un caos sin precedentes a causa de las políticas neoliberales. Los sectores populares están en peligro por culpa de unas instituciones financieras irresponsables, agencias de control que no fueron imparciales y la ineptitud de los gobiernos europeos, que no supieron buscar otra solución que no pasara por la austeridad. Su única respuesta fue la de recurrir a los recortes sociales para salvar a unos bancos que aún no le han devuelto el dinero al pueblo. Es en este contexto en el que la ultraderecha ha reforzado su discurso al ofrecerle una respuesta fácil a los perdedores de la globalización.
Iván Batista Hernández, miembro del Área de Comunicación Política de IU Exterior
El Estado pagó el rescate financiero para que el año pasado, 9 años después del comienzo de la crisis, la banca española obtuviera unos 12.000 millones de beneficio. A día de hoy, el Banco de España ya da por perdido casi el 80 por ciento del rescate. Mientras tanto, el número de personas empobrecidas del país se dispara y ya hay 24 nuevos pobres por cada nuevo rico. La brecha crece y los grandes capitales salen beneficiados. La crisis generó aproximadamente unos 10.000 nuevos millonarios solo en España. Está claro que los que sufrieron la crisis con mayor severidad fueron los de siempre: aquellos con los trabajos más precarios. A estas personas dirigen su discurso los movimientos de derecha, aprovechando esta situación para retomar un discurso nacionalista y proteccionista.
Esta retórica ha hecho mella incluso en Estados Unidos, cuna del liberalismo y de la globalización. Donald Trump, un multimillonario que fue elegido presidente bajo la premisa de que defendería los derechos de las clases más humildes a las que él mismo explotaba en su época de empresario, busca enemigos, como la Unión Europea o México, donde no los hay. Trump ha estado cerrando fronteras comerciales y geográficas con la excusa de poner a su patria por encima de todo. Uno de sus eslóganes más conocidos, America first, recuerda al infame Deutschland über alles. El presidente norteamericano y sus aliados europeos han culpado a la libre migración y a la globalización de la catástrofe financiera del 2008 para tratar de ganar las elecciones a base de populismo xenófobo.
Así comienza el auge del neofascismo populista que puede desembocar finalmente en su hegemonía. Creíamos que no volvería, pero la historia siempre se repite. En este caso hemos tardado menos de cien años en volver a temer a los fascistas, con la diferencia de que ahora muchos de ellos llevan disfraces de liberales defensores de los menos afortunados.
Europa hacia el neofascismo
Muchos brexiters alegaron que la Unión Europea se aprovechaba del Reino Unido en lo económico, además de considerar que los polacos y demás europeos del Este migraban para aprovecharse de su sistema y así quitarles sus recursos naturales o incluso colapsar sus servicios sanitarios.
En Francia, Marine Le Pen ha conseguido eliminar a la gran mayoría de sus rivales políticos. Se salvó Macron y con él, por ahora, los demócratas liberales galos respiran tranquilos. Irónicamente, mirando al pasado, fueron las políticas económicas que el actual presidente francés defiende las que plantaran la semilla de la Segunda Gran Depresión, y consecuentemente dieran espacio para que el populismo derechista se publicitara como salvador del interés popular.
Italia está ahora liderada por una coalición donde impera el discurso populista, demagogo y racista. El líder de la plataforma ultraderechista Liga Norte, Matteo Salvini, es ahora vicepresidente del país y ministro. De todos los ministerios posibles Salvini acabó en el de Interior, encargado de la seguridad ciudadana, el orden público y la gestión de las cuestiones migratorias. Salvini, idealizado por ciertos nichos de la prensa internacional, ha llegado a calificar a los migrantes que cruzan el Mediterráneo de “carne humana”. Caso similar al de Austria, donde el denominado Partido por la Libertad de Austria, único con raíces nazis de Europa, gobierna en coalición con los conservadores del país. Su líder, Heinz-Christian Strache, es actualmente vicecanciller y un renombrado euroescéptico.
En Alemania, país que se suele poner de ejemplo a la hora de hablar del mito de la desnazificación, el partido ultraderechista AfD, o Alternativa para Alemania, ha superado el 15% de los votos en las últimas encuestas y puede situarse como líder de la oposición. No son solo influyentes en lo político, sino también en lo social. Movilizaron a unas 11.000 personas en la ciudad de Chemnitz en Sajonia, Bundesland que pretenden utilizar como base para su movimiento. Sajonia, una de las regiones con menos inmigrantes del país, pero con mayor precariedad laboral, es un caldo de cultivo perfecto para los políticos de la AfD. Estos cuentan con las simpatías del NPD, el denominado Partido Nacionaldemócrata de Alemania, que ha estado a punto de ser ilegalizado varias veces por su discurso neonazi. Además, las medidas y el discurso del ministro de Interior Seehofer, de la CSU bávara, no distan de las propuestas de AfD: deportaciones de inmigrantes y críticas a los rescates en el Mediterráneo.
Suecia, uno de los países modélicos para la socialdemocracia, también ha sucumbido al neofascismo. En las recientes elecciones presidenciales, el partido de extrema derecha Demócratas Suecos superó el 17% de los votos, un 5% más que en las elecciones del 2014, lo que lo convierte así en la tercera fuerza política del país. Los socialdemócratas suecos obtuvieron el peor resultado electoral de su historia y la situación para gobernar se les ha complicado enormemente.
España había resistido teóricamente las tentaciones populistas y xenófobas de la ultraderecha. Era un ejemplo que seguir según la prensa internacional, al no haber caído en la retórica neofascista que estamos viendo resurgir en el resto del continente. Aunque el 90% de los votantes de extrema derecha vota al PP, los políticos del partido habían hasta ahora tratado de identificarse con esas ideas lo menos posible para intentar así dominar el centro político. Después llegaron Ciudadanos, Cataluña y Sánchez. Y en ese momento, la centroderecha cristiana que representaba el Partido Popular tuvo que ser retratada como la del partido con el que la extrema derecha se siente cómoda.
Pablo Casado, recién elegido presidente del partido, no se esfuerza en ocultarlo. Solo hay que ver de quién se rodea y quién trata de apartarse de él. Por ejemplo, la dirección de Casado recomendó recientemente a sus eurodiputados abstenerse en la votación del veto al gobierno ultraderechista del húngaro Viktor Orban.
Celia Villalobos ya venía acusando a Casado de relacionarse con el sector más extremista del PP. Poco después de su victoria, Villalobos fue cesada como miembro de la Diputación Permanente tras casi treinta años de servicio. Casado llegó al poder diciendo que había que volver a las raíces del partido, lo cual preocupa teniendo en cuenta que esas raíces se remontan en gran medida al Movimiento.
Al más puro estilo Trump, ha comenzado a librarse de los que ponen en duda su liderazgo dentro del partido, a inventar datos sobre inmigración para asustar al pueblo y ha pedido no solo volver al artículo 155 de la Constitución, sino también al año 1986 con intención de traer de vuelta una ley del aborto desfasada. Usa frases como “la España de las banderas en los balcones” o “la España que madruga” para alentar el patriotismo y lanzar el mensaje subliminal de que sus votantes son personas de bien en contraposición al resto del electorado. La retórica populista se hace cada vez más evidente. Recordemos que en su discurso de victoria en las primarias del PP declaró que “esa Tabarnia hipotética va a ser de verdad”, y que ha tildado a los izquierdistas de defender ideas “carcas” y que se obsesionan por donde están enterrados sus abuelos. Estos son factores necesarios para fomentar un odio cada vez más latente.
Está claro que Casado sigue la estrategia de Salvini y otros lideres de la extrema derecha neofascista. No hay que olvidar que Esteban González Pons, portavoz del Partido Popular en el Parlamento Europeo, llegó a pedir la anulación del Tratado de Schengen. El cinismo de Casado es tal que incluso propone una llamada “Ley de Concordia” en oposición a la de la Memoria Histórica, con el fin de blanquear las atrocidades del Franquismo. Esta es una muestra más del discurso neofascista que empieza a echar raíces en España.
Supuestamente más al centro se encuentra Ciudadanos y su descolocado líder Albert Rivera, el cual no se ha recuperado del dolor que le supuso ver a su archienemigo Sánchez mudarse a la Moncloa. Rivera y Arrimadas representan la otra cara del discurso más ultraderechista. Disfrazados de liberales, tratan de engañar a la población, pero sin resultado. Una encuesta del CIS ha concluido que la percepción de los y las españolas ha cambiado con respecto a la ideología de Ciudadanos. En una escala en la que 1 es considerado extrema izquierda y 10 extrema derecha, a Cs se le situaba en el 5. Ahora ha pasado al 7.5, tan solo a un punto del Partido Popular.
La estrategia de Rivera puede ser vista claramente en la manera en la que enfoca su discurso en las redes sociales, mezclando oportunismo y populismo: primero los manteros, luego los lazos, después los aforamientos. Nada se le escapa. A pesar de ello trata de usar una retórica parecida a la de Casado. Por ejemplo, tilda al PP de usar el mismo discurso que los “golpistas”, que es como ellos llaman a los políticos que apoyaron el referéndum del 1 de octubre. Su enemigo común, siempre necesario en la retórica neofascista, son en este caso los independentistas, en lugar de los inmigrantes.
Ciudadanos pide convivencia mientras anima a quitar lazos amarillos en un ambiente de crispación. No es casualidad que se hayan creado las denominadas “brigadas de limpieza”; grupos cercanos a la extrema derecha que se encargan de quitar lazos amarillos por la noche con sus rostros cubiertos. Rivera y su partido han contribuido a la normalización de este tipo de actos. Además, convocan manifestaciones en contra de la violencia entre catalanes en las que, paradójicamente, se dan situaciones como la agresión a un cámara de Telemadrid, al ser confundido con uno de TV3 (como si eso fuera una justificación). La desconfianza hacia los medios de comunicación en el discurso de Rivera va enfocada al canal autonómico de Cataluña, al que acusaba en una entrevista en la propia cadena de ser un instrumento de manipulación independentista.
Una última mención merecen Santiago Abascal and VOX, quienes nunca han escondido su ideología. Culpan a los inmigrantes de la decadencia de los valores y tradiciones españolas, creen que la familia convencional está siendo atacada por derechos como el aborto o el matrimonio homosexual, defienden la supresión de las autonomías para volver a un modelo centralista y reclaman la ilegalización de los partidos independentistas como solución al “problema catalán”, entre otras cosas. Aunque marginal, últimamente las encuestas lo sitúan dentro del Congreso con 1-2 escaños.
El fascismo de toda la vida sube en intención de voto, pero el verdadero auge se encuentra en el discurso neofascista aseado de Casado, Rivera, LePen, Salvini, Trump y Strache. En este contexto, podemos decir que la situación en Europa es preocupante. Steve Bannon, ex asesor de Trump y director del diario online ultraderechista Breitbart News, ha fundado una sede en Bruselas para unir a los previamente mencionados líderes políticos europeos. Su estrategia es clara: impulsar el neofascismo por toda Europa, dándole alas para las elecciones al Parlamento Europeo del 2019. De lograr su objetivo, tratará de formar un grupo parlamentario con el nombre El Movimiento, compuesto por los partidos más radicales de la Unión. Una especie de Internacional fascista. Por tanto, de cara a los próximos comicios, tendremos que ir preparándonos para una oleada de noticias falsas fabricadas en el laboratorio de Bannon.
Ante este avance de los movimientos de ultraderecha, es el momento de aunar un frente antifascista en toda Europa, con todas las organizaciones que ya se oponen a estos: Izquierda Unida y Podemos en España, die Linke y Aufstehen gegen Rassismus en Alemania, el Frente de Izquierdas en Francia, el PCP y el Bloco de Esquerda en Portugal o el Partido de la Izquierda en Suecia, entre otras. Además, existen redes supraestatales como el Partido de la Izquierda Europea o DieM25 que tratan de unir a todo ese espacio que debe y tiene que seguir en su lucha por la libertad y la solidaridad internacional sin rendirse, aún más activo. Hoy, más que nunca, la unión de las izquierdas antifascistas es enormemente necesaria.
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